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RESEÑA:
Los retornos del no-héroe
Sobre el poemario El viaje del almirante de Carlos Yescas
Por Cristina Arreola Márquez
No hay oráculo que lleve consigo verdad más absoluta que la incapacidad por librar las cadenas del viaje. El retorno lleva siempre el más pesado de los equipajes si tras esa travesía se ha dejado el amor. Esto lleva a cuestas El viaje del almirante (2018), un canto exquisito hacia la nada que es la gran odisea de la vida; pero no, el Ulises heroico no habrá de ser el eje en que Carlos Yescas conduce su poemario, sino desde la memoria de “el almirante”, el sin nombre, o el luego llamado: mirante.
¿Por qué se tiene que volver?, es la pregunta constante a la que refiere la voz poética, pero no hay respuesta. En este viaje no se añora el retorno, se busca el extravío de la voz cuando parece ajena; es el trance que no es más vida que la cercanía con la muerte.
“Todo viaje es un intento de suicidio
una recaída inexplicable en el deseo de beber de la desgracia” (p. 32).
Este desplazamiento del almirante a través de océanos sedientos sólo deriva en silencio, en la tristeza del transcurrir en el tiempo que es en sí mismo un constante viaje, pues incluso advierte que es bien sabido el traslado de la vida y la muerte en un mismo día, en una misma experiencia por la ayahuasca, en un mismo reencuentro con el infante que nunca dejarás de ser.
“y digo nada, por el tiempo que es el mismo entre todos sus nombres” (p. 13).
El viaje en sí mismo, antes que un retorno, es también un factor de miedo por conducirse hacia lo desconocido, apartarse del estado normal de las cosas “Siempre, lejos de casa” (p. 21) y luchar consigo mismo en él. El viaje del almirante es el lamento por el siempre viajante, el nunca estable, el individuo que somos todos al enfrentarnos al cotidiano y sus variaciones constantes, por ello nunca nos separamos de la idea ingenua del que espera volver al mismo estado en el que partió a su viaje.
“A cada regreso es más difícil hacer que las cosas entren:
brincan, se resisten, se esconden:” (p. 42).
Es también el viaje de la palabra, hay una constante de tonos que resultarían en la poética que nos propone el autor, lo que para él es la existencia desde las letras, como metáfora de ese verso que se escribe a la deriva.
“Tenemos dos o tres, o más corazones que se van entregando por ahí
como un libro, un poema a donde alguien
-y eso nos incluye
volverá para leerse de vez en cuando” (p. 23).
Llega un punto en que la voz poética, dígase almirante o Carlos Yescas, ve perdido el corazón durante el viaje y es el punto de toque para la revelación en contra de la adversidad del oleaje sin mar que es la carretera rumbo a casa.
“No sé si en algún momento el viajero se da cuenta
que al recorrer los cuatro puntos cardinales
no ha hecho más que caminar en círculos” (p. 46).
Es entonces que el final de la travesía sin sentido se convierte en la puerta al más importante viaje de la vida: el encuentro con la propia descendencia, el camino abierto hacia una nueva luz.
“El viaje es vivir [como si eso dijera algo]
para romper el silencio” (p. 24).