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Tu rostro en su rostro (Apuntes acerca de Confieso. 36 rostros de mujer de Jasmín Cacheux) por Alejandra Atala

Esta luz, este fuego que devora. 

Este paisaje gris que me rodea.

Este dolor por una sola idea. 

Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Llagas de amor, Federico García Lorca (fragmento)

Ponte la burka, me digo, /no enseñes más el

rostro/ que ya  nadie soporta el rostro del amor.

Huellas sobre una corteza de Clara Janés  (fragmento)

Qué mundos de este Mundo nos lleva a habitar la poeta Jasmín Cacheux en su Confieso, 36 rostros de mujer.

Qué rostros en franca confesión la escritora declara, revela y canta; poeta, mujer, una sola con 36 rostros:

Tal vez hoy quiero cantar

El laberinto de las posibilidades

De mi corazón ciego (p. 13 “Si soy trino…”)

Posibilidades múltiples, posibilidades en 36 formas; mujer cada una, sí, pero no como una moda; mujer cada una, sí, pero no como un ardid en pos de un fatuo reconocimiento; mujer cada una, sí, pero no como una sentencia a raja tabla de lo que se dice que “se debe hacer” para serlo, mujer.

Mujer; mujeres, sí, desde la más profunda integridad que hace la tremenda distinción en las letras de esta también narradora de notable estirpe, derivada de la inequívoca abundosa nutrición del universo de las letras y su sustanciosa vía láctea.

Jasmín Cacheux, desde esa honestidad sine qua non de la más legítima escritura, nos regala un caleidoscopio de rostros ancestrales que se actualizan puntualmente en este siglo XXI, para darnos la razón de la sinrazón de existir en el empeño cordial de esa multiplicidad amorosa que despliega desde la pasión misma de ser, de decir-se sin limitaciones, como si su respiro hablara: “Vivo, luego existo.” Y sí, existe en tanto piensa, discierne y siente; siente, luego existe para exponer con trazos de artista esos específicos 36 rostros  que prefiguran la faz o semblante de su poesía que gira y gira en la espiral del sentido cuando busca y encuentra el asidero de un linaje que le da casa y fuego. He ahí la pertinencia de Confieso en su aliento que refresca al Mundo en su constructo político, social y cultural, que pretende imponer investiduras de espectáculo escénico, de máscaras, incluso de caras pero no de rostros; pues un rostro, como lo muestra la poeta, es la evidencia, el eco del alma en el Mundo y por ende lo más emblemático y sublime de la persona.

En esta casa – de la cabeza a los pies-,

habitan nombres de mujeres

recitados en un lejano tiempo,

entre la selva oscura y el infierno,

el purgatorio y el paraíso. (p. 33 “Mujeres”)

Sí, su cuerpo, su casa y su entraña, en 36 posibilidades. Bien decía el jesuita José Luis Martín Descalzo, quien por cierto fue sensible audiencia de sinnúmero de confesiones, que en cada mujer hay cien mujeres. De ahí la fecunda posibilidad de cada una de reinventarse, de recrearse, de ser tal cual ella precisa, sin valores de cambio de por medio y con la absoluta apropiación de su ser; y aquí está el quid de este poemario que hoy saludamos: es imposible buscar lo que no se conoce, es imposible buscar lo que no se tiene; la autora de también Rocío de Mar y de Martha: una carta, nos deja claro en su lúcida instrucción que ha encontrado el camino del conocimiento real y verdadero que le da rostro a su poesía y a su canto a través del cobijo, la fuerza, la inteligencia y el inmarcesible maternaje de, por mencionar algunas: su Aída, su Beatriz, su Medea, su Circe, su Blanca, su otra Perséfone, su Hécate, su Afrodita:

Amarga, porque mi grito pesa

y mi nombre golpea y arde;

extranjera, porque no puedo amarme;

atroz, porque me miran y todavía tiemblo (p.42 “Afrodita”)

Verdad y en la verdad, belleza y mar la cuna de Afrodita que inerme se levanta desde el oleaje del ritmo íntimo y frágil de la más excelsa defensión. 

Sin duda, Cacheux cumple la confesión de su trino, declara sin tapujos y con talento la música marina y terrena y en ese contundente y apacible versar, expone y admite y suscribe con absoluta firmeza algunas de las tantas formas de ser mujer en el inapelable crisol de su poesía, en esos prototipos o mejor aún, espejos «mágicos» provenientes también de una Grecia clásica que le da a nuestro pensamiento y sensitiva origen y destino. 

La de Jasmín es la obra de alguien que se reconoce en el adn de la poesía y las mares y las voces que la habitan, esos rostros de la lírica con rostro de mujer: El mar tiene muchas voces,/ Muchos dioses y muchas voces, nos dice T.S. Eliot en sus Cuatro Cuartetos; princesas, brujas, hechiceras, meretrices perseguidas y nunca aliadas del miedo, más bien amantes porque quien lleva sentido cumple su misión guarecida en ese amor que la habita y la protege y que será combustible de ese denuedo que se manifiesta una y otra vez en esos rostros de mujer que  bien saben del imperio de las letras y que gobiernan el mar hondo del honor y la ternura.

En cada depurado verso de este poemario, en cada rostro que se confiesa y que confiesa en primera persona del singular, Jasmín Cacheux define, limita y expande su poesía, sus palabras, su palabra en la desnudez de lo más casto de su entraña:

Si la palabra es mujer: ¿a quién escribo?

Sobre ella, dentro de ella

y por encima de ella

estoy yo, que también soy ella.(p. 46 “La palabra”)

Alejandra Atala

Mayo 23 de 2023

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